Crítica: El último cazador (2004)
Por HoJu
Título original: Le dernier trappeur
Dirección: Nicolas Vanier
Guión: Nicolas Vanier (documental dramatizado)
Intérpretes: Norman Winther (él
mismo, el trampero), May Loo (ella misma, alias Nebaska), Alex Van Bibber (él mismo, el trampero viejuno)... y todos los demás, gente de la ciudad de Dawson que solo salen unos minutos: Ken
Bolton, Denny Dennison, Robert Lafleur... todos ellos conocidos en su casa a la hora de comer, y en el bar a cualquier otra hora. Y con mucho más protagonismo que todos estos últimos, los
perros, por supuesto (Apache, Nanouk...).
Crítica
Me he acordado de esta película al leer la crítica que hizo John Karra de "Hacia rutas salvajes", que me ha despertado el espíritu de la naturaleza indómita. Y para mí, la naturaleza indómita por excelencia es el Gran Norte de Alaska y Canadá. Echadle la culpa a Jack London y sus cuentos de perros y hombres luchando contra la muerte en la sobrecogedora belleza blanca, pero me pierden los paisajes de la taiga, los trineos y los lobos cazando caribúes por la nieve.
Por eso en seguida me aboné al sofá cuando vi empezar en La 2 este docudrama del que no había oído nada hasta ahora. Una producción franco-canadiense-suiza-noséquémás que narra la vida cotidiana de uno de los últimos tramperos tradicionales que quedan en el Yukón canadiense, Norman Winther. Vida cotidiana, es decir, pasarse días siguiendo la pista de las manadas de animales, cazar, poner trampas, construir cabañas de troncos, realizar peligrosos descensos y atravesar lagos helados con un trineo de perros, medio conglearse, ser atacado por osos y lobos... lo que todos hacemos un miércoles por la tarde, vamos.
Esta visión real de la vida en el Yukón es gratificante después de sufrir la enésima versión contemporánea de Colmillo Blanco protagonizada por un adolescente gilipollas y su perrito, por cortesía de Disney. No, gracias.
Las interpretaciones siguen al pie de la letra la máxima de "sé tú mismo", ya que actores y protagonistas son las mismas personas: Norman, el trampero cincuentón preocupado por su futuro y por el del territorio que está bajo su protección (la actividad moderada del trampero regula el crecimiento de las especies), y su mujer Nebaska, una india nahani, dan a sus actuaciones la naturalidad de las cosas reales. Ambos viven de forma seminómada y autosuficiente, siguiendo la caza, que a su vez huye de las explotaciones madereras. Por supuesto, el mensaje ecologista no puede faltar en todo documental que se precie, y supongo que dar a conocer el peligro en el que se encuentran esos paisajes vírgenes es la principal razón que lleva a un trampero solitario y aislado de la sociedad a prestarse para rodar una película. No parece la clase de tío que busca salir en la tele... ni siquiera tiene tele. Lo más sofisticado que hay en su cabaña es una radio. Su único contacto con la civilización es viajar a Dawson cada primavera a vender sus pieles y comprar pilas, velas y lo poco que necesita (y echarse unos tragos en la taberna).
En un lugar de honor dentro de toda esta vida están los perros: son el único medio de transporte cuando la nieve impide usar los caballos, ayudantes en la caza y mejor compañía que la de la mayoría de los humanos. La relación de Norman con esos seres peludos y lobunos que tiran de su trineo se trata constantemente en la película, pero en mi opinión, de una forma más edulcorada que en la realidad. Porque esos huskys tan bonitos no solo tienen de lobo el aspecto; sus genes y la vida que llevan son más salvajes que los de un perro cualquiera. Su férrea jerarquía, su competitividad en el tiro, conllevan una dosis de violencia, tan natural como la vida misma, tanto entre ellos como por parte del que los controla, y que no se refleja en el film. "La ley del garrote y el colmillo", como expresó magistralmente Jack London, que se metió como nadie en la piel de estos animales.
Desde luego, esto no es obstáculo para una relación de cariño y lealtad mutuos entre el hombre y los perros, que sí se refleja perfectamente en el documental. Incluso con su momento "Soy leyenda" (Mace sabe a qué me refiero), pero creo que le falta profundidad en ese aspecto. O quizás es que mi idea londoniana es demasiado BRUTAL y Disney tiene razón después de todo.
Y no tengo mucho más qué decir: una buena película documental: bonitos paisajes subárticos, naturaleza a raudales y unos toques de ecologismo... pero no ecologismo perroflauta, sino del de verdad, del que no es imcompatible con un rifle de caza y unos buenos chuletones de caribú en la mesa. Un recomendable retrato de la vida de los últimos tramperos de Canadá. Que no son tramperos de Connecticut pero tampoco están mal.
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John Karra (lunes, 12 abril 2010 15:10)
Pinta bien... ¿pero qué tienen de malo los perroflautas?
HoJu (jueves, 15 abril 2010 12:53)
Nada... pero mola más defender la naturaleza con un rifle al hombro que con brotes de soja.
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