26/04/2011
En estos meses de estrés académico (y lo que falta para junio), al pobre estudiante en general y al de letras en particular se le suelen plantear dudas de este tipo.
Y por eso, minetras procuras dar la impresión de ser un buen y adormecido alumno asistiendo al enésimo inciso sobre la teoría del hurto famélico en la obra de San Agustín de Hipona, no puedes
evitar que eso te recuerde a tu probable futuro. Y me temo que los comerciantes del sector alimenticio no son tan comprensivos como San Agustín con eso del robar pa' de coméh. Ni tampoco
los del sector juguetero, para información de aquéllos que tenemos otras prioridades vitales además de la nutrición.
La única cosa que te anima un poco, reflexionas mientras tu mano describe sobre el papel trazos erráticos que con un poco de suerte serán apuntes sobre el concepto de pobreza cristiana de San Gregorio Magno, es lo de siempre. Que sí, que la cosa está muy mala... pero que los hay peor. Aunque parezca una leyenda urbana, ha habido en el mundo gente a la que sus estudios les resultaron todavía más inútiles que a todos los historiadores de todos los McDonalds y Carrefours del país. O eso nos gusta creer. Ya veis que nos conformamos con poco; San Gregorio Magno estaría orgulloso.
El ejemplo más paradigmático es el de los pilotos de zeppelin. No debe de ser fácil pilotar uno de esos gigantescos penes voladores rellenos de gas altamente
inflamabale, seguramente lleva años de aprendizaje. Pongámonos en el lugar de un joven nacido en 1900, el año en que los zeppelines conquistan el cielo. Ese chiquillo crece toda su vida viendo
volar esas maravillas de la ingeniería y sueña con pilotar uno. Al final, si es que no ha muerto en la Primera Guerra Mundial, su oportunidad llega en los felices años 20, estudia mucho y para
1930 ya es un piloto titulado. Apenas siete años después, algún gracioso estrella el Hindemburg, muere mucha gente, y de repente nadie quiere volar en dirigibles, ¿qué hace este abnegado piloto
que ha dedicado toda su vida a dirigir bolas de gas? Si tiene suerte, esta vez sí, morirá en la Segunda Guerra Mundial y se ahorrará ver la decadencia definitiva de su sueño infantil. Si no, el
único trabajo del ramo al que podrá aspirar será dar vueltas por encima de un estadio de fútbol americano anunciando cerveza con un letrero luminoso. O disfrazarse de payaso y doblar globos de
helio en las ferias.
Bueno, de acuerdo, al menos ese piloto llegó a conseguir trabajo, vivir en una caravana, formar una familia con cinco churumbeles a los que odia y desarrollar un alcoholismo galopante, que son unas aspiraciones bastante decentes para lo que se estila hoy en día. Todo un triunfador.
Pensemos ahora en ese LADE (Licenciado en Administración y Dirección de Empresas) que acaba la carrera el primero de su promoción, lleno de esperanzas por convertirse en un poderosos empresario aprovechando que su gran y atrasado país empieza un discreto porceso de industrialización. Todo serían grandes oportunidades para este joven discípulo de Adam Smith que comienza a levantar su imperio empresarial dando contratos basura a unos cuantos tirados de las calles, si no fuera por un detalle. El gran y atrasado país se llama Rusia y el año es 1917. En unos meses nuestro licenciado pasa de forrarse vendiendo latas de garbanzos a los ejércitos del Zar que combaten en Alemania (quizás bombardeados por nuestro amigo del zeppelin), a enfrentarse con el soviet que organizan sus empleados. Todo lo que aprendió en la universidad sobre las reglas del mercado, la competitividad y la productividad ya no está de moda., y además ahora es un cerdo burgués opresor. Siempre que sobreviva ala guerra civil, le quedará la emigración al mundo capitalista. En los años 20 puede que llegue a levantar cabeza vendiendo novedosos electrodomésticos. Pero el liberalismo no estaba de suerte en el periodo de entreguerras. En 1929 nuestro empresario se arruina de nuevo. Claro que la Segunda Guerra Mundial impulsará la economía, pero para entonces ya se habrá suicidado.
Cierto, la veracidad de todo este argumento depende del más que dudoso hecho de que en la Rusia de principios de siglo hubiese facultades de Empresariales. Pero como nuestra veracidad es nula de todas formas, podemos saltarnos ese detalle.
Diréis que esto no es nada, que en los primeros cuarenta años del siglo XX todos lo tenían igual de crudo, y que os estoy haciendo trampa. Bueno, trasladémonos adelante en el tiempo. La guerra ha acabado, la paz, el bienestar y la paranoía nucelar se adueñan del mundo. El comunismo no solo dejó sin trabajo a toda una generación de prometedores explotadores, también generó empleo. Y lo generó en el mundo libre, nada menos. Una nueva ciencia, la sovietología, hizo furor durante la Guerra Fría. El telón de acero parecía inamovible, y la mala leche de las dos superpotencias inagotable; ideal para que un montón de politólogos, diplomáticos, historiadores, etc. se ganaran los garbanzos elucubrando sobre por qué los soviéitcos eran soviéticos. Y así pasaron los años hasta que nuestro personaje imaginario se licenció en Ciencias Políticas y decidió dedicar su vida a estudiar a los rojos; gastó lo que no tenía en masters, doctorados, cursos y demás, para convertirse en el mayor sovietólogo del mundo. A punto de firmar un millonario contrato para dar conferencias por universidades de todo el mundo sobre cómo enfrentarse al peligro commie, suena el teléfono y le quitan el papel de las manos. ¿Qué ha pasado? El Muro de Berlín ha caído, capullo, la URSS está acabada y tu carrera también. ¡Fuera de mi despacho, miserable! ¿Qué hace un sovietólogo sin Unión Soviética?, ¿qué le depara el siglo XXI? Bueno, con sus conocimientos sobre ese periodo, siempre podrá hacerse historiador... espera, ¿no habíamos empezado por ahí? Oh, mierda.
Sin duda, un ejemplo extremo de cómo una vida dedicada a tu futuro empleo desde el día de tu nacimiento puede acabar en el cubo de la basura, es este último: Rey en
Francia. El último tío que consiguió el trabajo no solo acabó con su carrera en el cubo de la basura sino también con su cabeza. Aunque la exportación de material real no les salió nada mal antes
de eso, y España es testigo. En cualquier caso, si en algún momento tienes pensado vivr en Francia, no tires por los estudios de rey, que no lleva a nada bueno. Procura buscar un empleo con más
aceptación entre el noble pueblo francés... fabricante de banderas blancas, por ejemplo.
Podría poner más casos: yo qué sé, ingeniero naval en Mongolia, torero en la India (no, epsera, que estábamos hablando de gente con estudios)... pues no, ahora no podría poner más casos. Otro día, si eso. Pero lo que quería decir es que la próxima vez que te preguntes para qué te sirven tus estudios y te contestes que para nada, piensa que no eres el único, que estos héroes anónimos pasaron por tu misma situación... y que la Tercera Guerra Mundial tiene que estar al caer y eso siempre trae muchos empleos vacantes.
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